24.3.06

EVOlución y rEVOlución en los Andes

Cansada de oír sonceras de analistas y universitarios sobre la realidad boliviana (ninguno habrá estado a la altura de las últimas sacudidas, comenzando por la mayoría aplastante de Evo Morales y el MAS en las elecciones de diciembre), resuelvo atinar subiendo al Calvario, el concurrido sitio de ofrendas ubicado a medio camino entre el centro de La Paz y el municipio de El Alto, a consultar cómo viene la mano a las hojas de coca.

Luego de convenir la tarifa (10 bolivianos, poco más de un dólar, sin contar con las eventuales ofrendas subsecuentes), el yatiri Inocencio Mamani comienza la lectura de las hojas. Las hojas de coca hablan — como lo sabe muy bien don Inocencio y las miles de personas que cotidianamente las consultan, entre ellos Evo Morales, no sólo el primer “indio” en gobernar un país suramericano sino también sindicalista cocalero y acullicador (mascador de hojas) por tradición — por más que se sepa leerlas: el modo de su caída en el aguayo o el tejido, sus grados de dispersión, el lado en que caen predominantemente, verso o anverso, etc. Como el proceso suele ser largo (el yatiri o chamán aymara arroja repetidamente las hojas), abrevio: ¿qué dicen las hojas? ¿Para dónde va — o viene — Bolivia? ¿Le va a ir bien al jilata Evo? Y en lo que respecta a los históricos amores y desamores entre Bolivia y Chile, ¿acabarán Michelle Bachelet y Evo Morales bailando una cueca doble en la frontera? (la cueca, como se sabe, existe, con ritmos diversos, a ambos lados de la frontera). Ispis y hospitales, señorita, me abrevia el yatiri entonces, gas y pachakuti. Lo que, después de darle una vuelta, yo traduzco por modernización inclusiva (hospitales, gas) con dignidad indígena (el ispi es una comida paceña muy popular, peces pequeñitos, que se sirve con chuño y maíz y que se come tradicionalmente con la mano; del pachakuti, noción más propiamente política, que cruza el conjunto de demandas indígenas andinas, de Ecuador a Bolivia, vuelvo en un instante) o, como lo indica el título de este artículo, evolución sociodemocratizante y revolución descolonizante, todo ello sazonado por la figura magéntica de Evo Morales Ayma y, no menos importante, su vicepresidente intelectual y blanco, cientista social y matemático, Álvaro García Linera.

El imperativo de la modernización integradora o inclusiva es más conocido (traducción en clave boliviana del crecimiento con equidad, con la variante explícita de una mayor apropiación social de las riquezas primarias, como es el caso de los hidrocarburos), por lo cual más bien me detengo un momento en las implicaciones del pachakuti. Pachakuti es palabra aymara y quechua, usada comúnmente por yatiris como don Inocencio y en pancartas callejeras, tanto como por intelectuales indígenas, como Silvia Rivera Cusicanqui, Esteban Ticona y el mismo Felipe Quispe (quien encabezara el sector más irreductiblemente indigenista de la política boliviana, propulsor de la restauración del Qollasuyu incaico y antiguo aliado del actual vicepresidente). Pachakuti significa literalmente “vuelta o inversión [kuti] del espacio-tiempo-mundo [pacha]”, y actualmente traduce de manera sintética las demandas indígenas por revertir los efectos de los 500 años de sujeción y colonización del blanco por sobre el indio en territorio boliviano. Si Guamán Poma hablaba del “mundo al revés” en su Nueva Crónica y Buen Gobierno, para referirse no sólo a la nueva situación de poder producto de la Conquista sino también al mal comportamiento (abusos) de clérigos y autoridades españolas en general, el pachakuti vendría a ser una nuevo giro, donde la dignidad y la diferencia indígena se reconocen institucionalmente como tales, en un país donde un setenta por ciento de sus habitantes se autoidentifica como indígena, y donde cerca de la mitad de la población habla una lengua distinta al castellano (quechua o aymara especialmente, pero también guaraní o una de las otras de las treinta lenguas amazónicas).

Si, como habrá recapitulado hace poco Esteban Ticona en un periódico paceño, el colonialismo es la represión no sólo física o institucional, sino también cultural, que llevó a que las civilizaciones indígenas fueran convertidas en subculturas campesinas iletradas, la descolonización no es más que “el proceso de la dignificación del conocimiento del ser humano y la paulatina destrucción del estereotipo negativo del saber de los colonizados y subalternizados.” Ello toca en el caso boliviano especialmente a las políticas de educación (está en marcha un profundo —si bien no exento de dificultades— proceso de educación intercultural bilingüe en el país, pero aún falta permear más decididamente a la enseñanza universitaria y a la sociedad urbana blanca y mestiza en general), las políticas de salud y de justicia, así como a las innovaciones al sistema político, de modo de permitir reconocer y coordinar las formas de autoridad y participación tradicionales (que siguen operando en las comunidades indígenas o ayllus) con la democracia representativa de raigambre liberal occidental. Recientemente la editorial de la Corte Nacional Electoral publicó un par de libros con reflexiones y propuestas específicas en esta dirección que, por su carácter a la vez aterrizado e innovador, vale la pena no dejar de mencionar: Pueblos indígenas y originarios de Bolivia: hacia su soberanía y legitimidad electoral, de la antropóloga Denise Arnold, y Democracia de alta intensidad; apuntes para democratizar la democracia, del teórico portugués Boaventura de Sousa Santos, el cual recoge con agudeza lo mejor de la reflexión democrática altermondialista.

La doble agenda, modernizadora-inclusiva y pachakuti-descolonizadora, a la vez entrecruzada y en mutua tensión, tendrá en la próxima Asamblea Constituyente, a partir de agosto, un lugar privilegiado de digestión, debate y decisión. No sólo, se entiende, para marcar prioridades de corto plazo sino sobre todo para establecer los lineamientos institucionales de largo aliento, pues 500 años de colonialismos externos e internos no se borran de una plumada (he ahí, por demás, tal vez el mayor peligro del nuevo gobierno, bastante mayor que las eventuales presiones del gobierno norteamericano por el tema de la coca: creer y hacer creer que la ‘inversión del tiempo’ se completará en breve, cuando de lo que se trata fundamentalmente es de abrir el camino).

Entretanto Evo Morales no ha perdido el tiempo. Desde la ceremonia de asunción en la ciudadela de Tiwanaku primero, ante cientos de representantes indígenas de todo el continente, y luego en el Parlamento ante decenas de mandatarios extranjeros, así como en la designación de algunos de sus ministros más emblemáticos (dirigentes cocaleros y empresarios, intelectuales e indígenas), la combinación de la lógica dual tan cara a la cultura aymara habrá sido subrayada desde un comienzo. Y ello sin dejar de sorprender a quienes imaginan que con Evo finalmente no pasará nada, o poca cosa, y que a la primera vuelta de la esquina una nueva revuelta popular lo volteará. De muestra, un botón: cuando el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, el aymara David Choquehuanca insinuó que sería recomendable que los funcionarios diplomáticos bolivianos hablaran también alguna de las lenguas nativas de su país, la vieja institución académico-diplomática literalmente tembló, y más de un analista político lo motejó de “telúrico” y “pintoresco”. ¿Pintoresco, hoy por hoy, to speakearle in your lenguage, no?